ELLA (I)



Limpiaba una mancha de su abrigo viejo. Un resto endurecido y amarillento que no podía ser una sombra. Lo rasqué con el ímpetu que me quedaba, apenas consiguiendo provocar una grieta en la superficie. Aquel muro de lamentos, que supuse era mucosidad reseca, la acompañaba desde el mediodía. Amelia no apartó su vista en ningún momento y continuaba parada frente a mí, en mitad de la calzada. Una calle de un barrio deshabitado, por donde no circulaban automóviles y su pelo gris enmarañado, desplomándose sobre sus ojos inquietos, redondeados por la inocencia de quien vaga cada día. Ella, conocida por todos, más allá de los confines de nuestra ciudad, apenas tambaleándose. No como yo. La observo frente a mí, sonriendo sus ansias de compañía, triste a fin de cuentas por andar siempre sola, y pienso en su buen hacer desde que nos conocimos. En su mano lleva unas fotografías, Ella en primer término y todas réplicas exactas entre sí, duplicados de la misma. La cogí del brazo y la traje hacia mí. No tenía prisa por volver a mi apartamento y nuestras direcciones eran contrarias, así que asumí el inicio de una distante voz a la que necesitaba escuchar de cerca. Me hablaba de aquella ocasión en la que regresó para traerme algo que comer. Unas conservas de atún, lonchas de queso, y una crema catalana conformaban su elección. No me reconocía, apenas habían pasado unos días desde mi llegada a la ciudad. Desde entonces sólo había ruido, frases mal escritas.


— ¿Por qué sigues aún aquí?—. Por su mueca sugerente, me preocupaba que yo le interesase. Me había seguido lentamente durante varios días, sin haberlo notado. Yo no sabía que responder a su pregunta. Ella resultaba conforme, o al menos, haber conocido a alguien como yo, enfrentándose al mismo conflicto.


Tenía razón.


Parecía estar al corriente. Ese fue nuestro primer encuentro. Yo había decidido renunciar a la ciudad al anochecer. Había pasado la tarde en uno de los camastros de una comisaría de policía, situada por los alrededores. Aquella mañana, mi madre había muerto. Amelia no parecía saber dónde estaba. En cualquier caso, parecía buscarse a sí misma.