LA TÉRMICA


Siempre lo recordamos en este equipo, y la historia como tal sucedió así.

Todos niños en escena, una central térmica como fondo. Un divertimento en sus entrañas.


―¡Eh, esperadme! ¡Os he dicho que me esperéis! ¡Eh! ¡Esperadme, por favor!


Todos niños engullidos en su desánimo. Los tres detenidos ante la puerta de entrada. Un guardia de seguridad descansa sudoroso.

—Alguno se tiene que quedar aquí fuera. El Segurata no puede vernos dentro.

—Lo descubrí yo, y voy a sacarlo, con vuestra ayuda o sin ella.

—Venga, no me jodas. ¿Me estás diciendo que lo vas a levantar por encima de esta reja tú solo?

Los tres comenzamos. Diana se incorpora al grupo. Recuerdo su gesto primerizo.

—¿Porqué no me habéis esperado?

—SSHHH! No grites, nos van a oír.

—De acuerdo. Entraremos los tres, pero como nos pesquen no le salvaré el culo a nadie.

Los tres comenzamos a reír. Diana nos interrumpe. El escenario de fondo es amplio, árido.

—¿Os puedo ayudar? Yo también quiero jugar...

—Claro Diana, podrías...

—Lo siento, pero esto no es un juego, será mejor que te largues.

Diana, baja la mirada y posteriormente la cabeza, se da media vuelta y comienza a marcharse. Rafael ayuda a Daniel a subir la Reja, es Jaime el único que se queda estático y pensativo por unos momentos. Hombros encongidos

—¡Espera Diana!

Jaime corrió hacia mí.

—Piénsalo un poco, necesitamos un vigilante, y tenemos a Diana, ella nunca se chivaría, te lo aseguro.

No repondí a Jaime. No parecía necesario entre nosotros.

—No seas membrillo. Le voy a decir que se quede vigilando, además, si la ve el guardia seguro que no sospecha nada.

Daniel nos interrumpió desde lo alto.

—Yo conozco a uno que se quedó así y le hicieron una estatua.

Los dos reimos entonces, necesariamente.

—¡Eh, venís o qué!

Jaime me miró y me estrechó la mano. Corrió de nuevo, esta vez hacia la figura de Diana, que se alejaba. El paisaje jamás cambiaría.

—¿Qué estáis tramando Jaime? ¿Quieres hacerme otra broma pesada como las que me hacen tus amigos?

—No, para nada.

Jaime y Diana se miraron fijamente o, al menos, así recuerdo imaginarlo.

—Nos gustaría que te quedases cerca de la reja de la entrada, vigilando. Si ves al guardia de seguridad andando hacia donde estamos silba, y hazlo fuerte.

—Pensaba que tu no eras de los que robaban cosas....

Un silencio.

—La central está abandonada. Cogeremos sólo el futbolín que utilizaban los trabajadores de la antigua planta.

Una piedra aterriza al lado de sus pies y les interrumpe. Rafael y Daniel hacían señales a lo lejos. La piedra continúa allí, inmovil mientras tanto.

—No lo olvides, si ves que se mueve, silba.

Jaime comienza a correr hacia la reja. Diana se queda parada y sola. Un papel doblado en su mano que parecía haber estado siempre allí. No sabe que hacer, mira al guardia de seguridad, que estaba durmiendo sentado en su cabina. Sin percatarse todavía de la importancia del papel de Jaime, se lo guarda en el bolsillo. Diana, ahora sentada sobre una agrietada piedra de hormigón, resopla pensando que, durante un rato, va a estar muy aburrida.

Ascendemos mientras tanto las escaleras interiores del edificio en ruinas. Los cristales de las ventanas se habían desprendido. En algunas habitaciones ni siquiera hay paredes, y la luz entra libremente. Vemos una parada de autobús a través de los huecos dejados por los muros inexistentes, también una carretera por la que circula una larga serpentina de automóviles, directos hacia cualquier playa.

Subiendo, sorteando metales oxidados y cristales rotos. Sólo nos detuvimos ante aquel preciado juguete de madera.

—Os lo dije, ahí está.

De improviso, el vacío invade la sala. Daniel y Jaime se miran.

—Bueno, la verdad es que... yo lo imaginaba un poco menos... hecho polvo...

—Está completamente destrozado...

Los dos ríeron abiertamente.

—Pues ya sabéis lo que podéis hacer... ¿no?

—No, no, si está de puta madre...

— ...para hacer una hoguerita en San Juan.

El futbolín desprendió un chasquido seco. El trozo de madera que lanzo cae a través de la ventana. Los tres nos miramos y corrimos a averiguar si había despertado al guardia de seguridad. Asomándonos con sumo cuidado comprobamos que el guardia continua apaciblemente dormido en su turna. Diana estaba sentada en su posición.

—Ya te vale, ya te vale. Has estado a punto de despertar al segurata.

—Si no fueras tan graciosillo...

—No pasa nada... Vamos a coger el futbolín y larguémonos.

Mientras, Diana está pensativa y observando el paisaje, como de costumbre. Como en las últimas diecisieteveces en los últimos ocho minutos se dispone a girar la cabeza para observar al vigilante, y una vez más descubre que sigue durmiendo, incluso tras el fuerte ruido que ella había escuchado no hace mucho. Recordó el folio doblado. Para distraerse un rato, decide abrirlo y ver lo que había escrito en él.

Dentro del edificio, los chicos, menos enfadados, descargamos el futbolín por las escaleras. Solamente nos queda un piso y nuestra decepción.


—Vaya par que estáis hechos.

Daniel y yo, algo sucios de polvo como si nos hubieran revolcado por el suelo, sonríamos de reojo. Estábamos fuera.

—Esperad, ahora vuelvo.

—Venga Jaime, no tardes, todavía nos queda la reja.

Jaime subió corriendo en dirección a la última planta. Entonces comprendí el problema.

— ¿Cómo vamos a sacar esto de aquí?

Daniel me miraba intrigado. Todo sucedió muy rápido. Los ocupantes de la larga fila de coches fijaron su mirada en nosotros dos tras la reja. El guardia de seguridad despertó aturdido por la insistencia aguda de los sonidos metálicos que de allí provenían. Nosotros saltamos la reja y escapamos apresurados a traves de los campos marchitos que rodeaban la central térmica. Diana permaneió largo rato sentada sobre una piedra plana, silbando silenciosamente para sí misma. Jaime nunca regresaría.