DOBLES PAREJAS


Desde un tercero marítimo me gusta imaginarme junto a los paseantes que contemplo. Les observo oculto, en el mismo nivel que algunas luces de neón que los iluminan. Horas previas al encierro que sufro desde hace unos instantes no necesitaba tal ejercicio de suposición, pero imagino evidente el cambio que ahora se produce, tras haber perdido la reserva de mi dinero restante. Una joven morena de amplios pechos y trasero endurecido sostiene, desde el otro lado de la puerta, las llaves que acaban de encerrarme tras su paso. Compartía, hace unos breves instantes, partida con unos cuantos habitantes de la calle. Allí estaba Manuel, un paracaidista retirado tras sufrir una grave caída, la cual le retiró de la tumba y obligaba a asomar a su lengua, la cual le precedía allí donde iba, enmudecida desde entonces. Yo sufría calor por tales embarazos, y varias gotas de sudor empapaban hasta decolorar un diamante de mi ocho. Este terrible verano, el peor recordado esta última quinquena de siglo. Aún peor consideraban al jugador que codiciaba frente a mí, de larga mata rizada y negra con ambulantes ojos pequeños de brillo denso alcohólico. David apostaba por el simple hecho de permanecer allí donde se encontrase la baza final. Una joven a mi lado, con el mayor mostacho del barrio que frecuentaba desde hace unos meses. Y entre ellos y yo, allí estaba él. Decidió sentarse junto a mí. pensando en las horas que no habíamos compartido, mirándome seguramente por vez primera, orgulloso del más que decente montón de monedas de cambio que aún me quedaban por arriesgar. Su novia dominicana suspiraba a su espalda, como tantas otras hicieron con anterioridad. Completaban la mesa un enfermero retirado cuyo nombre no recuerdo, y un padre primerizo a pesar de su avanzada edad. Sólo vasos a medio hacer en la mesa, sólo cartas arrugadas por el desuso de las manos que las sostenían. Monedas corrosivas viajando desde lo oculto de las telas hasta el frío granito que les servían de reposo. Yo llevaba bebiendo desde hace varios días aprovechando que en este antro mi dinero no valía. La noche anterior había descansado un par de horas frente a su puerta.

Dejaba que me gotease el bikini que estaba sobre mí. Quería permanecer en la terraza fumando y observar el mar que se mezclaba con el cielo negro. Un árabe cerraba su kiosco en ese momento, y el hierro alargado que llevaba en su mano resonaba contra el suelo una y otra vez. Máquinas de limpieza limpiaban, mientras los habitantes de aquella playa nocturna se protegían de su cercano ruido. Había obligado a mis ojos a contemplar el mar, y sin embargo se fijaban en los transeúntes, como un águila de presa adecúa su festín. Las luces de un mercante lejano son mi única subsistencia mientras escribo y mi mirada se torna agotada. La luna tan cercana como el abanico de luz que reposaba subrayándola, bajo ella, en el mar.

Volví entonces a la partida. Yo quería hacer trampas, pero no era posible, sólo podía ver entre los símbolos para descubrir una gran verdad. Mi primer recuerdo le pertenecía de forma indirecta. Y cuando me refiero a él, eres tú. Tenía tres años cuando las esperas se hacían eternas. Quiero decir, crecer con el temor cruel de ver su rostro sufriendo. Qué ingenua fue al enamorarse de ti. Aquellas absurdas cartas que le enviabas... Quizás comprendía que tu amargura dictaría nuestra vida tras su muerte, nadie volverá a amarte así. Jamás. Pero, ¿Que pasó entonces, en el tiempo perdido? Tú lo sabías, te conocías... y lo permitiste. Me acusas de su muerte. Te llenas la boca de gritos cobardes e inseguros., de los mismos de los cuales ella y yo escapábamos, en mitad de la noche, hacia las calles. Al parecer disfrutabas de tus encuentros en el bar y eras feliz abrazando a otras. Yo era el encargado de ir a buscarte y soportar sus burlas. Yo soy la prueba de que fueron reales y eso no podrás arrebatármelo. Pero sí mi capacidad de amar. Ella lo sabía. Su hijo pródigo transformándose día a día en ti. Soy igual de culpable que tú, pero ahora éste es mi tiempo, el tuyo ha pasado. No soportaré más tus verdades inventadas. Desde que tengo uso de razón bebías utilizándome como coartada.

Porque había sido premiado, porque me había ido, o porque había regresado, porque estábamos juntos, porque desconfiabas de mí, porque eras consciente de que me arrastrabas a tu abismo, porque te llamaba el día de tu cumpleaños, porque en mis estancias en la ciudad no telefoneaba, por tu frustración. Porque sentías que eras valiente en tan cobarde intento, porque lograste sobrevivir y, porque luchaste por conseguir lo que deseabas y la vida te lo arrebató. Por tu insaciable soberbia, porque así mismo ya se hizo contigo y yo estaba condenado. Porque heredé sus ojos, y no tu carisma. Porque no sabías cómo hacer que nada progresase, y no descubrirías esa vergüenza ante nadie, porque los que te amaron te dieron de lado con razones más que suficientes, y la compasión hizo el resto. Porque cada perro se lame su rabo, porque alguien te rechazó dinero prestado y lo conseguiste. Porque en la vida todo cansa, hasta el amor. Porque tú sufriste lo que yo y reconoces mis palabras como tuyas, porque sí tuviste el valor que yo no tuve, pero de nada te sirvió para escapar. Por miedo a que yo sólo sea un recuerdo. Por temor a no comprender el azar de la vida, o pánico a no poder controlar tus juicios. Por justificar lo horrible de este mundo inventado por nosotros mismos, como tus verdades. Porque me renombraste con tu condena, y de improviso. Por tus asquerosos prejuicios acrobáticos, porque te sorprendiste una mañana sabiendo que no serás capaz de amar, sino de sólo poseer. Porque yo me convertiría en ti algún día y no tendrías el valor de salvarme, aun sospechando que sería mi perdición. Porque encontré la felicidad y no era a tu lado. Porque yo no soy tú, pero tú si eres yo. Porque mi abandono es tuyo, y mi fortuna escasa. Porque la idea de que alguien como tú nunca debería tener descendencia te acompañará incansable hasta el día de tu muerte, porque lo único por lo que has rogado miserablemente a tu dios ha sido porque este momento permaneciese en la oscuridad y nunca fuese alumbrado...

Mientras pensaba esto, la partida había finalizado. Solamente quedábamos él y yo. Bebí mi copa de un trago mientras se marchaba hacia la noche, con los bolsillos vacíos.