ELLA (II)


Su memoria regresa y escapa con la misma intensidad y similar arrojo, exenta de intenciones, objetivos o recuerdos. Permanecía inmóvil ante el día presente que siempre estaba por llegar. Todo estaba dispuesto. Tras la ventana nevada su mirada vacía busca una referencia a sí misma. Su dedicación ordenada controla cada elemento a su alrededor, siempre en movimiento y nunca en su lugar. El calendario mostraba un tres de Enero y el tictac de un reloj sueña impaciente con alguien que lo detenga. Recibía el periódico local diariamente, y el de hoy revelaba un ocho de Marzo. Sin duda había cierta condescendencia en su rutina de desempolvar aquella escena vacía que se representaba frente a ella. El tiempo había transcurrido. La alegría la colma falsamente, segundos después sobreviene la desesperación.

Pensión no contributiva. Ella sentó las manchas de su solapa sobre su falda raída y pidió un café que no pagaría. Minutos después se dirigía a otra parte, tras haber conseguido algunas monedas de la clientela no habitual. Una de sus manos se salvaguardaba —en un bolsillo lateral del abrigo— mientras la otra sostenía desnuda una bolsa de papel marrón a pocos centímetros del suelo de la ciudad.

Su memoria había dado rienda suelta al olvido, a un carácter que emergía superfluo, vacío de significado alguno. Meses disueltos sin contacto alguno, encerrada en casa. Ninguna llamada telefónica este año, ni visitas desesperadas que alarmasen su tiempo ya muerto. Un calendario vacío, un buzón vacío. Un vaso vacío. Una espera. En el salón, todo estaba dispuesto sobre un halo de quietud vibrante. La mirada de María se detenía con fuerza en la ventana que le servía de soporte. Su rostro agrietado como la oscura madera que enmarcaba aquellos dulces momentos que, sin duda, llegarían tarde para ella. Llegarían tarde los hombres jóvenes, los compañeros incondicionales, las amigas lejanas. Recibos inservibles, botones inservibles, todo almacenado en bolsas plásticas de blanco transparente. Uno de sus pelos encrespados cae al vacío y desaparece sobre el mármol blanco. Restos de cenizas se acomodaban en sus esquinas, petrificadas ante el avance de lo nuevo. Su memoria era ella, lo había perdido todo. Sólo preguntas de inservible respuesta. María ahora era vieja, pues había dejado atrás todas sus edades. La verdad no significaba más que sus reservas, aún conservadas, de un pasado dedicado a los demás. El único recuerdo de sus mejillas enrojecidas. El único recuerdo. Todo su alrededor le indicaba que tenía algo que resolver, pero no sabía el qué.

Horas más tarde no recuerda su espera pero se mantiene firme en su indecisión. Observa a través de una mirilla un pasillo apagado y vacío, y vuelve sobre sus pasos. Su padre repara una maquina de coser con la que su madre recompone los andrajos de los huéspedes. María debe preparar la comida junto a la sirvienta, los alumnos llegan. Tendría que apresurarse si quería llegar a tiempo para cumplimentar su ingreso. ¿Qué le importaban a ella las niñas de diez años? Ella estudiaría también. Efectivamente, al pasar lista, todos los profesores le preguntarían por su hermana menor. Aquella hermana tan aplicada y serena, que había conseguido una educación gratuita a través de sus logros académicos. Aquella que nunca ejerció sus dotes para poder así contraer matrimonio. Un marido por cuyo salario trabajaría… era más que suficiente. María podía sentir aquella sensación de abandono que aún la acompañaba.